viernes, 9 de marzo de 2012

CUENTOS INFANTILES.

 EL PINTOR DISTRAIDO.                                                                                                                                                                                                                          Amaneció como siempre en la jungla. Bah!... como siempre es una manera de decir, porque todos los árboles, las flores y los animales estaban pintados de todos colores. Bueno, lo raro no es que hubiera colores porque la jungla es de todos colores, el asunto era cómo estaban puestos esos colores.
La Jirafa, por ejemplo, amaneció naranja con pintitas azules, las Cebras eran a rayas… pero coloradas. El Cocodrilo era un magnífico arco iris, el Hipopótamo parecía un gran globo verde con manchas amarillas y el León descubrió en el espejo que ahora era fucsia y que su melena tenía un mechón de virulento color celeste. Ni hablar de plantas y flores, que si bien tenían hermosos colores ninguna ya se parecía a lo que habían sido.
Todos se quedaron mirando, porque sabían quién era el responsable de tamaña situación. Resulta que el Gorila había ganado una licitación para repintar la selva, porque ya le estaba haciendo falta una manito de pintura y en el pliego se decía bien clarito: “Se deben repintar todos y cada uno de los componentes de la selva de acuerdo a sus colores originales”.
Clarito, clarito.
Los animales estaban reunidos comentando la situación, cuando pasó el pintor cargando todos sus tarros, escaleras, aparejos y pinceles, silbando una bella canción y como en otro mundo. Sólo como al descuido y como pensando en otra cosa, dijo al pasar:
-Terminé, quedó fantástico ¿no? Nunca pensé que todos ustedes fueran de tan hermosos colores.
Todos se miraron, nadie entendió nada. Y se fueron a sus casas, todos colorinches, a pensar en el asunto.
En la puerta de su casa, el Gorila -peinado a la gomina y de impecable trajecito a cuadros marfil y tostado- le puso a la Gorila una Libélula, como adorno en el cabello, extendió desde su gruesa mano un pequeño ramito de lilas, y con la luna como testigo le dijo por vez número mil que la amaba.
Esa noche, el León, que miraba desde cerca entendió lo que pasaba, y por la mañana, mientras se peinaba para ir a contarselo a los demás animales, se sintió orgulloso de su color fucsia y su mechón celeste. Ese mechón celeste que le recordaba que el Gorila estaba enamorado, y que cuando uno se enamora todo se ve de hermosos colores.
 
 
GENARO Y EL CHARQUIRO GRIS.

El sapo, vendedor puerta a puerta de moscas saladas en hermosas cajas fresh-pack, tocó el timbre en la primera casa que encontró en el charco.
Antes de volver a tocarlo se dio cuenta de que todo a su alrededor era gris: las casas, la vegetación... todo.
Al abrirse la puerta, frente a él se paró una lagartija –gris- que amablemente dijo:
— Buen día, ¿qué desea?
— Buenas, estoy ofreciendo este producto que... que... que... dígame ¿veo mal o aquí todo es de color gris?
— Ve bien -contestó la lagartija-, soy de color gris. En este charco todo y todos somos de color gris.
— ¿Todo gris? -volvió a preguntar el sapo.
— Efectivamente... todo gris.
— Perdón ¿y a qué se debe?
— No sé ¿A lo mejor usted lo sabe? Han pasado muchos por aquí y la verdad es que nadie logró saber el porqué.
—¿Problema de pigmentación? - preguntó Genaro , que así se llamaba el sapo.
— No. Eso ya fue estudiado.
— ¿Problema de contaminación?
— No. Esto también se estudió.
— ¿Problema de... -y fue en ese instante cuando Genaro recordó aquella frase lejana de su abuela: "para vivir una vida en colores hay que tener sueños, y el valor de realizarlos".
No teniendo nada más oportuno que decir, se decidió a preguntar:
— Dígame: ¿En este charco ustedes sueñan?
— Lo normal, dijo la lagartija, yo a veces, sueño con serpientes que me corren o con...
— No, no, no. - dijo el sapo interrumpiendo-. Yo hablo de los otros sueños, esos de cosas que uno quiere realizar que parecen imposibles de hacer pero que uno siempre tiene en la mente.
— No. -dijo la lagartija, y el sapo, recordando la frase de su abuela se dio cuenta en seguida de cuál era el problema.
Ya sentados en la amplia sala de la casita del árbol, y mientras degustaban un paquete de moscas saladas acompañadas por un delicioso licuado de langosta que había preparado la lagartija, el sapo se encontró respondiendo la pregunta de su nueva amistad.
— Y vos, que sos de colores, ¿tenés sueños?
— Si -afirmó el sapo -. Sueño con que un día cuando la luna llore una lágrima perlada, y cuando los grillos aprendan otra melodía que el cri-cris-cris... yo me voy a enamorar.
— ¿Eso es un sueño? -preguntó la lagartija.
— Es uno entre miles y miles, cada uno se inventa el suyo o los suyos...
— Entonces yo tengo uno -dijo presurosa Amalia, que así se llamaba la lagartija, y fue corriendo a buscar un libro de la biblioteca. Rápidamente lo puso en la falda, abrió una hoja y señalando con el dedo dijo:
— Yo quiero estar en este lugar, indicando en un hermoso mapa la ciudad de Méjico. En ese mismo instante, le brotaron los colores, la piel que hasta ese momento era escamosa de grises se transformó en escamosa de verdes y amarillos, la ropa se tornó naranja y la casita tomó bellos colores pastel.
Satisfecho, el sapo respiró profundamente, y mientras se despedía, supo muy adentro que la lagartija no demoraría en ir a buscar el camino que la llevara a Méjico. Los colores así lo decían.
Genaro recorrió y tocó timbre en casi todas las casitas restantes del charco, pero no hubo ventas y ni siquiera le prestaron atención. Como en todo pueblo chico, las noticias corren presurosas, ya se sabía la solución al problema de los grises. Por eso nadie disponía de tiempo para atender a un sapo que vendía moscas saladas.
A Genaro eso no le molestó. Al contrario, le pareció fantástico haber podido ayudar, y más fantástico era ver cómo las casas del charquito iban tomando color.
Había salido ya la luna cuando llegó a la primera casa del charquito vecino, tocó timbre y al abrirse la puerta lo atendió una hermosa sapita color verde claro de ojos tiernos y sonrisa con pocito.
En ese instante, los grillos comenzaron a tocar una hermosa melodía donde ya no había cris, cris, cris, sino bellos ensambles de cuerdas y vientos, una gran gota perlada de luna cayó sobre su cuerpo y lo iluminó por dentro. Y en ese instante, más allá de pensar que se le paralizaba el corazón, y de sentir cómo sus colores pasaban del verde al amarillo deteniéndose apenas un instante en el azul verdoso, tuvo esa sensación de mariposas en la panza - pero no como cuando se las come, sino distinto-. Intentó decir una frase respecto de sus moscas saladas, pero sólo escuchó desde muy adentro una voz que le decía que había llegado. Que frente a él estaba cumplido su sueño.

lunes, 6 de febrero de 2012

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Hola gracias por leer mis cuento am que porfierto no estan sacados de ningun lado son cuentos que yo me inbento porque a my la berdad esque me gusta escribir cuentos por que cuando en piezo nunca acabo jaja espero que os guste mi blog.